martes, 17 de mayo de 2011

Práctica 2- Fotoperiodismo II

Incoherencia coherente

Al dar la vuelta a la esquina, la veo apoyada en el capó de un Gol rojo. Al verme se levanta y se acerca. Nos saludamos con un beso en la mejilla. “Compré bizcochos”, me dice. Voy al almacén más cercano y compro dos Colet. Nos sentamos sobre un escalón, en la entrada de una casa. Y, allí, comienza su historia sin fin. La luz blanda y cálida rebota en su frente. Hace ademanes con sus manos y de repente sale corriendo al ver que uno de “sus” autos se retira. Me atrevo a decir que sus ojos transmiten bondad, todavía está latente un pedazo de niña.

Alejandra Álvez Medín tiene 36 años. Le gusta la pintura y es su gran asunto pendiente. Su historia está plagada de incógnitas que no quiere contar o recordar. Tira frases que condenan al que escucha porque en conjunto no cuentan una historia sino que revelan una cantidad de pensamientos que rondan en su mente, todos inconclusos. Dice haber nacido en Buenos Aires y que, gracias a Cacho y a Blanca (sus padres) llegó a Uruguay de pequeña. Afirma con cada uno de sus dedos la cantidad de familiares fallecidos: padre, hermano, primos. No tiene hijos pero cuenta que su hermana sí: “¿Para qué voy a tener un hijo si no le puedo dar nada?”. Cuenta que estuvo presa cuatro años por no hablar a tiempo y encubrir acciones que prefiere omitir en su testimonio. Admite que, a veces, siente miedo: “El peligro lo busca uno, por eso no tengo amigos”. Sin embargo, desearía estar en pareja. Alguna vez fue adicta a la pasta base pero pudo salir adelante y, hoy, lo comenta sin entrar en detalles.

Es difícil que en más de un enunciado esté hablando de lo mismo. Sin embargo, lo que a priori parece una incoherencia total, en conjunto no lo es. Sus argumentos esconden una filosofía de vida encadenada a una situación social concreta. Además, aparecen palabras que involucran a todo ser humano, como destino, vida, muerte, reencarnación, amor. A pesar de su dificultad para transmitir lo que quiere decir (y mi dificultad para decodificar lo que dice), Alejandra tiene un espíritu alegre. Sus palabras son un grito en voz baja pero algunas de sus confesiones denotan una visión optimista: “No tengo un lugar fijo, un día puede ser una cama, otro día volver al piso. Yo duermo donde mi corazón me guíe”.


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